A todas aquellas
Mujeres que viven en la desesperanza, para que los lazos morados que penden de
su corazón se vuelvan verdes y alcancen la Libertad…
Amanecía lloviendo, no había parado desde la noche anterior y
Carmona comenzó a teñirse de color rosa en aquel rincón donde las paredes
simulaban el Paraíso. Alrededor de cien mujeres y hombres especialistas en
violencia de Género o simplemente interesados por la materia como es mi caso,
nos congregamos para absorber los conocimientos de los seis ponentes que conformaban
aquella jornada.
Unas brillantes exposiciones que nos dejaron al menos
entrever como es la realidad de las mujeres que sufren a diario y en silencio
los malos tratos por parte de sus parejas desde el momento en que se deciden a
hablar por primera vez. Todo un calvario que recorren desde que reciben el
dolor físico, psicológico o sexual hasta que “respiran aliviadas” lejos de su torturador. Un largo camino de
desesperanza y terror, de sueños rotos, de pérdida de autoestima, de desangrado
espiritual, de crujir de huesos, de placeres violados, de creer que todo
es culpa suya, de perder incluso su
dignidad.
Las conferencias comenzaron con las duras palabras de la
Fiscal hacia la figura del maltratador con la Ley en la mano. Todo un protocolo
de actuación que se pone en marcha desde que la mujer hace acto de presencia en
la fiscalía o llegan las denuncias hasta ella por otras vías. Nos relataba Fátima que los viernes
se convertían en el día del pánico para
muchas denunciantes porque es cuando sus ex parejas salen de permiso
penitenciario.
Con Amalia, encargada de defender los derechos de la Mujer,
aprendí un nuevo término, Neomachistas, una nueva lacra social que irrumpe con
fuerza gritando “las mujeres tienen
preferencias…” y lo peor de todo, es
que dentro de este grupo se encuentran hombres con las categorías de abogados,
jueces, guardias civiles, policías o terapeutas entre otros, que dificultan el
trabajo coordinado haciendo que se paren
los procesos en alguno de los escalones, se absuelvan en el 50% de los casos e impidiendo que se llegue a la cima, a la
salida, a la solución, a salvar la vida de las mujeres, a desposeerlas del
pánico. Ella animaba desde el ámbito educativo y sanitario a denunciar siempre
y cuando se detectara cualquier atisbo de violencia sobre la mujer. Recalcaba
que actualmente la edad de las mujeres víctimas está viéndose reducida a la
adolescencia y fue entonces cuando le pregunté: ¿qué podemos hacer los
ciudadanos de a pie, los amigos, los vecinos, cuándo sabemos certeramente que
una mujer sufre vejaciones y no quiere denunciar aunque la aconsejemos y le
tendamos una mano? NADA, y se hizo el silencio.
No dejaba de darle vueltas a la respuesta en el descanso, qué
impotencia tomando aquel café mientras imaginaba los gritos sordos en cualquier madrugada, en cualquier hogar, en
cualquier país… Y me veía rodeada de personas cuyas profesiones y carreras
universitarias o especialidades estaban relacionadas con aquel debate, ¿qué
hacía yo más que calmar los deseos de dedicarme desde joven al ámbito social y
que por varias razones se desvió de mi camino?
Y después de una mesa redonda cargada de debate sobre los
recortes sociales, la carencia de personal especializado, la falta de ética de
algunos profesionales o las retiradas de denuncias por parte de las mujeres que
dejaban casos a medias tintas, todo iba cambiando de color. Así que la tarde se
volvió aun más oscura con los colores de aquellas señales corporales que
tardaré en olvidar: marcas de zapatos en la piel, quemaduras o sangre en las
manos que teñían el dorado de las alianzas, qué contradicción.
Nos despidieron las palabras de un psicólogo, una eminencia,
un hombre con innumerables títulos que lleva toda su vida profesional dedicado
a defender casos de mujeres desamparadas ante la justicia cuando ésta se les
vuelve en contra, que nos relató el sufrimiento de los menores testigos de la
violencia, que nos mostró la injusticia de la Justicia, las posturas
carentes de sin razón de las defensas en los juicios, la persecución a la mujer
cuando ya creen que son libres después de ganar un caso, las excarcelaciones del
maltratador sin haber sido sometido a programas de inserción social, y tantos
contras que hacen crecer altos muros ante el progreso y los pasos al frente en
el trabajo de paliar este tipo de violencia en la sociedad.
A pesar de que España ha servido de modelo en el ámbito de la
lucha contra la violencia de Género, a pesar de que hemos avanzado con la
creación de nuevas leyes, a pesar de haber destinado gran cantidad de dinero a
la causa, a pesar de que existen grandes personas con una excelente coordinación
laboral por los derechos de la mujer, a pesar de gritar al mundo que tienen que
denunciar, a pesar de que ciudades como la nuestra goza de un grupo humano
estupendo, queda mucho por hacer, como siempre.
Esta mañana, tres amigas entorno a una mesa con un buen café
caliente, debatimos sobre el día de ayer. Cada frase que recordábamos, cada
argumento, éramos capaces de relacionarlo con ejemplos cercanos en nuestra vida
cotidiana. No estamos tan lejos de haber presenciado o conocido algún caso de violencia
de género, solo tenemos que abrir los ojos y detenernos un instante, por
desgracia, algunas mujeres siempre guardarán silencio. Pero una cosa aprendimos
ayer, que pese a no ser especialistas ni profesionales en la materia, podemos
ayudar, como decía D. Juan María Muñoz, capitán de la Guardia Civil, porque juntos
somos muchos “granos de arena”. No
apagues nunca tu Voz a la violencia.
Carpe Diem