martes, 22 de enero de 2013

Mesa 11



“A todos aquellos que me animáis a seguir escribiendo para que nuestras historias, nos sigan ayudando, porque de cada una continuaremos extrayendo un nuevo aprendizaje”

Disculpa - ¿Sabes si hay servicios aquí? Llevo dos horas casi y no puedo aguantar. Me preguntó aquel hombre de unos cincuenta años aproximadamente. – Pues sí, tiene usted que subir esas escaleras y la puerta de la izquierda. – Gracias.

Y se levantó de aquel habitáculo cálido donde todos sentados o de pie mirábamos aquel televisor, con la vista clavada en las iniciales de nombres y apellidos completos que iban pasando avisando con un molesto pitido. El agua casi comenzaba a golpear las amplias cristaleras cubiertas por el vaho, dejando solo vislumbrar el baile cada vez más descompasado de las hojas de los nuevos árboles. Manos encalladas de los trabajos en el campo, dedos de profesor, varices que serpenteaban las piernas jóvenes de aquella mujer, seguro que fue limpiadora, o dependienta, solicitudes de muchos colores: amarillas, marrones, rojas, estudiantes, becas, luces de esperanza en definitiva entre suspiros y consultas al reloj.

Y volvió a sentarse a mi lado – ¡Qué injusto! Me dijo. ¿Por qué yo tengo que subir escalones para ir a un aseo en un sitio público y a mí me obligan a derribar el cuarto de baño de mi bar para habilitarlo a uso para minusválidos? ¿Sabes? A mi padre le costó treinta mil euros la reforma y fíjate qué faena. – Tiene usted razón- le dije- esto es España.

Hoy era de esos días en los que no me apetecía charlar demasiado, de esos momentos en los que te enfrascas en tus pensamientos y no quieres que nadie te saque de ellos. Pero él insistió. - ¿Estás en paro?- si, por desgracia, como todos ya. ¿Y qué edad tienes?- treinta y uno, ¿por qué? Le pregunté intrigada por la forma en que se había fijado en mí. – Porque sabía que eras igual que mi hija, ha muerto hace cuatro días. - ¿Qué le ha pasado? – un cáncer en el páncreas, con treinta y dos años, el peor, porque no hay solución posible. En ese instante el ensordecedor sonido de la pantalla marcó en negro las letras A. Eslava Martínez invitándome a dirigirme a la mesa 11. No esperan, te dan menos de un minuto para presentarte, sino pasan al siguiente usuario. Dejé mi sitio, y salí apresurada intentando orientarme para saber donde tenía que ir. Y al abrir la pesada puerta de aluminio, volví mis pasos atrás, le miré y le dije: oiga, le deseo mucha suerte y que el ánimo no le abandone nunca. Y le dediqué una sonrisa.

Dos pequeños tramos de escalones grises y a la derecha la mesa 11. Allí estaba el funcionario que le tocaba darme la resolución a una duda que venía acechando mi cabeza con tantas noticias y rumores sobre los recortes a los jóvenes desempleados. Una cara pálida, cansada, buscaba mis datos en el ordenador mientras yo le insistía en que lo traía todo preparado: mis fotocopias hechas, mi documentación en regla, la tarjeta de demanda de empleo, la solicitud firmada y rellena. No echaba cuenta a mis palabras, él seguía mirando aquellos números de la interminable base de datos donde dejamos de ser nosotros para ser una cifra más… -No tiene usted derecho a nada después de los últimos cambios del Gobierno. Y se hizo el silencio entre los dos mientras nos mirábamos fijamente sin decir nada. Dos lágrimas estaban a punto de derramarse desde lo más hondo de mi alma impulsadas por la rabia y la impotencia que produce la Injusticia. - ¿no hay nada qué hacer?

¿No puedo dirigirme a algún sitio a poner una reclamación? ¿Pero por qué? Preguntas desordenadas desde la desesperación que hacían que me sintiera más ridícula y pequeña a la vez. Él me miró y añadió. – Porque simplemente no cumple los nuevos requisitos para que se le conceda ninguna  ayuda y no, no puedes ir a ningún otro sitio ni siquiera para protestar. El ordenador lo dice claro. NO. - ¿podría informarme sobre los trabajos en Francia u Holanda por favor? No atinaba a hablar de forma correcta, ni siquiera sé por qué le hice esa pregunta, quizá no podía más, la última bocanada de oxígeno estaba en aquella caja cuadrada y se esfumó.

En volandas, desorientada, entré en aquellos aseos, ninguno tenía papel. Todos habíamos llorado esta mañana y se agotó, cada uno por un motivo. O quizá aun no había pasado la mujer de la limpieza, o tal vez a ella también le habrán reducido la jornada. Me miré en el espejo, incrédula, saqué el móvil y puse un mensaje a una persona que creía que inmediatamente me contactaría. Son las once y media de la noche y aun no se ha dado cuenta de que encerraba una llamada de socorro. Cada uno tiene su vida. Así que recordé al hombre de la sala de espera, y decidí intentar sonreír mientras caminaba hasta casa. Qué diluvio…podía llevarme el temporal, pensé, y me senté en la cama a escuchar como el viento y el agua golpeaban mi ventana como si fuera a abrirse de un momento a otro.

Dormí durante horas, miré a través de la puerta de cristal de la terraza y el sol se había abierto paso entre las nubes. Fui a ver a mis sobrinos. Allí estaban tres de cuatro, Carlos, María y Rocío y les propuse jugar a las fiestas. Imaginamos que hoy era un día de cumpleaños y llenamos la cocina de galletas, chocolate y caramelos de la cabalgata de reyes ya pegajosos. Buscamos velas grandes de la abuela, de esas que ella utiliza cuando se va la luz en casa en las noches de tormentas. La encendimos y apagamos mil veces mientras cantábamos y dábamos palmas, las disfracé con los trajes de flamenca que no dejaban siquiera ver sus piececillos, me pintaron los labios, se me subieron a las piernas, pronunciaron mi nombre hasta que acabaron exhaustas, inventamos canciones y nos abrazamos para despedirnos. Tata Amanda, hasta mañana…

Solté adrenalina durante una hora, solo me apetecía correr, correr, correr…mientras escuchaba una popular cadena de radio. Y en el último kilómetro sonó esa que dice “Hay que seguir adelante, a volver a remangarse y a tirar como se puede, nadie me enseñó el camino entre tanto desatino…nunca se me dio bien remontar cuando todo sale mal. Prefiero caer luchando siendo valiente.”







Carpe Diem… 22/01/2013

domingo, 6 de enero de 2013

Vida...


“A todos aquellos que dedican su tiempo a los demás y luchan por causas justas, porque además aprenden una nueva forma de salvarse a ellos mismos”…

Y uno de esos días “sin sentido” una voz sin rostro me despertó de mi letargo emocional. Tan solo sabía su nombre y a qué se dedicaba pero no hacía falta más para entender que quería que le ayudase. ¿Por qué razón? Pues como me dijo una vez un cura casado, liberal y fundador de una ONG, porque las personas con ese afán de lucha  acaban encontrándose. Él había sido nombrado Rey Baltasar para la Cabalgata de un lugar que aunque pertenece a nuestro término municipal, sus habitantes tienen otra forma de vida, más humilde si cabe por la proximidad al ámbito rural. Me propuso ser su Paje Real, ir a su lado en el trono y formar parte de un grupo de personas cuanto menos peculiares, pero que encierran tras de sí historias convertidas en puras enseñanzas vitales.

Entró en aquel bar, ya llegada  la noche y él no lo sabe, pero le hablaba sin conocerle hasta que no nombró el tema de los Magos. Y por fin supe a quién tenía delante. Le dije a mis amigas: “este es el tío que me ha llamado para lo de paje y aun no sé por qué, pero bueno yo voy a vivir la experiencia y ya le encontraré el sentido”. Y a partir de ahí todo se convirtió en una Odisea…

Recuerdo el frío de aquel lugar cuando entré debido a la bajada de temperaturas y a la ubicación en una casa grande entre los recovecos del casco histórico carmonense, donde la humedad solo se calma con el sol de la Vega cuando revuelves sus esquinas. Habitaciones convertidas en lugares de trabajo, de ocio, de esperanza, de curiosidad, de dudas y miedos, de soledad, olor a limpio, sensación de calma  tensa y de paz, contrastes en definitiva. Y al fondo, los colores, la ilusión y la alegría, los juguetes para los más pequeños, para los mayores, para todos. Los seleccionamos en cajas, por tamaños, y distribuimos los caramelos y chucherías en cestas de mimbre. Mientras ultimaban los preparativos, di un paseo por la sede, cuantos detalles que hablaban por sí solos, libros, documentos, postales, cuadros, recortes de periódicos, dibujos, medicinas o anticonceptivos, normas de conducta, iconos que simbolizan el rechazo a las adicciones, incluso vida dentro de una pecera, contrapunto del decálogo de cómo educar delincuentes.

Nos acariciaba el rostro la bonita mañana que antecedía a la Cabalgata mientras degustábamos un suculento desayuno y se discutía por qué aquellas columnas eran de piedra y mármol, ¿quién es Catalina?, pero a nosotros solo nos importaba Baltasar y su nerviosismo que nos había alterado el sueño desde la noche anterior. Y durante el paseo en la furgoneta restaurábamos los cortijos abandonados, imaginaba a los animales del huerto mientras aquel  muchacho analfabeto que hablaba alemán me los describía y reíamos con sus anécdotas entre sonrisas inquietas, se acercaba el día.

Allí nos esperaba, de grana y oro, amplitud, majestuosidad, y buena gente a sus pies que ultimaban los retoques a los adornos. Nada que envidiar al resto de carrozas, cuidada hasta el último detalle con el esmero y el tesón de unos vecinos hermanados y sencillos a los que la situación económica actual les ha llevado a estar aun más tiempo dedicados a engrandecer este año el cortejo real.

Llegamos al sitio acordado a las 9 de la mañana del 6 de Enero contando las anécdotas del desfile del día anterior y haciendo recuento de los regalos que cada uno había recibido. Yo no había dormido apenas, hacía tiempo que otro tipo de insomnio  me sacudía, una tensión sana distinta a la previa a exámenes y entrevistas de trabajo, por fin algo agradable. Éramos una marea verde, los únicos que simulábamos la bandera de nuestra Comunidad en los trajes  y de nuestro país en el carruaje, bella armonía que los rayos del sol se encargaron de dar más vivacidad aun. Y subí a lo alto, a experimentar como cuatro horas pasaban volando, como mi nombre lo gritaba la gente, como nos conocían a pesar del maquillaje oscuro en nuestros rostros, querían risas, juegos, magia, aplausos y gritos, saltar, correr, andar junto a los reyes, salir con sus hijos a hacer una mañana de domingo distinta a las del resto del año.  Arrojé besos y acaricié manos inocentes que me decían sus nombres embelesados, me gritaron con fuerza y ganas de vivir dos amigas que han superado una grave enfermedad, allí estaban pisando fuerte, ¡qué mujeres! y me dedicaron una mirada que ya echaba de menos, ¿qué hacías aquí luchadora de grandes temporales de esta sociedad carente de valores?, qué bonito fue verte hoy.

Y tú fuiste protagonista, como uno de los césares que lleva tu nombre y gracias a ello me hiciste protagonista  a mí dentro de mi vida, de un día maravilloso que ya queda en mi memoria para siempre. Nunca me llamó la atención ser Reina o Estrella en mi ciudad, ni salir de Musa o ser modelo; creo que ser por unas horas de otro color, de otra cultura, de otra dimensión, dejar de ser uno mismo para adentrarse en el mundo de los sueños y dejarse llevar, hacer que el público crea que vienes de muy lejos para hacerles feliz, es lo mejor que puede uno llevarse a la cama un seis de enero de 2013.

Gracias porque hacía tiempo que no me sentaba a escribir sin que emergieran las palabras. En mis retinas quedan los rostros de tu cortejo real, cada uno con su pasado, con su caminar, con sus vivencias, con sus ideas, pero todos hoy hemos sido UNO, unidos bajo un mismo símbolo y con un mismo sueño, el arrancar al Mundo una sonrisa, porque otro mundo sí es posible…

Gracias a la Asociación Vida  por dejarme poner mi granito de arena allí donde la tierra envuelve las casas blancas de nuestros paisanos…

Carpe Diem
Amanda Eslava Martínez