Hacía frío, aun te siento cuando me despierto y
no atino a acurrucarme con nada más que con lo primero que cojo, una sudadera raída
por el tiempo, un jersey que no conjunta con el resto de ropa que llevo, todo
me da igual cuando estoy en proceso de cambios, todo parece turbio y me aturde, porque todo parece carecer de sentido y busco esa chispa que a veces de repente
desaparece como cuando acontece un apagón de luz en la ciudad, sin previo
aviso.
Más de una hora de camino entre la espesa
niebla, el mismo paisaje, las mismas paradas, los mismos pasajeros de siempre,
solo han pasado los años. Todo es igual, como de costumbre y eso
no me gusta, así que me introduje en la más profunda esencia de la jornada para buscar
qué podría merecer realmente la pena en un día tan “tonto” como hoy.
Allí estaba, zigzagueando entre la larga cola
de jóvenes italianos que probablemente venían de intercambio, ¿o eran
franceses? Me repele estudiar idiomas pero en momentos como los de hoy siento
impotencia de no saber comunicarme con el resto del mundo. Se bajaba en la misma parada que yo, pero
como era su primera vez la noté insegura. La invité a
bajar conmigo y acompañarla, nunca es agradable ir a revisiones médicas, aunque
las dos íbamos solas, total, nunca dejan entrar a nadie. Madrileña, con un bulto en el pecho que tenían que
mirar de nuevo porque no lo tenían claro, ya no le quedaba familia en la
capital de España más que apenas unos sobrinos con los que no tenía contacto. Vivía
con su marido y sus hijos, uno de cuarenta y otro de treinta y tres que ya se habían
independizado. No echaba de menos sus raíces, la gran urbe había cambiado mucho
me contaba. Mi marido es de la Latina, pero ya no es lo que era. Todo eso me
contó hasta que yo llegué a mi puerta y le indiqué donde era la suya. Esta mañana
había una cola enorme, nos llamaban como siempre, por número de historial, pero
hoy era diferente. Mi ats estaba de baja, dos vértebras rotas por colocar unos
maceteros en su terraza, pobre Lola. Así que mientras procedían a observarme le hice a la sustituta un resumen de mi vida actual y se pasó todo el
rato sonriendo. Ellas no tienen prisa aunque sepan que hay una larga espera,
aun quedan profesionales con una capacidad
humana increíble a pesar de los recortes en sanidad.
Vive tranquila y feliz, siempre te dicen lo
mismo antes de irte, me encanta esa frase, ¡deberían de recetarla! Y todo
estupendo, hasta la próxima. Volví a la parada del bus urbano, esta vez había
que retornar cruzando a la acera de enfrente, me encanta parecer nueva en la
capital porque acabas siendo asesorada por algún viandante curioso que te quiere ayudar de
forma desinteresada. No dejaba de mirarme fijamente a los ojos hasta que me dijo:
tú estabas en la misma clínica que yo ¿verdad? ¿Sabes qué? La gente le tiene
mucho miedo a los médicos pero te aseguro que son lo mejor. Acaban de operar
a mi amiga del cuello del útero y si se le vuelve a reproducir la operan y
quién sabe si la dejarán hueca. En esta vida hay que cuidarse. Sin salud no somos nada. Yo no salía de
mi asombro, apenas se le veían sus increíbles ojos verde agua. No solo tenía
los párpados pintados de negro sino que había dibujado un círculo con la
sombra por todo alrededor. Era simplemente diferente pero tan feliz, y eso se percibe. - Oye, tenemos que subir, ya viene, encantada
de conocerte y suerte,- me dijo con una voz de lo más amable. La última vez que
la miré se adentró a cruzar un parque y la perdí de vista entre los árboles.
Apoyé en el mostrador de mármol la nueva
documentación de la asociación.- buenos días, dije. Y una mujer con los labios
pintados en fucsia me contestó sonriente, miró el primer folio y gritó a sus
compañeros de oficina ¡carpe diem! Chicos esto es una señal. Yo no salía de mi
asombro, no dejo de reírme cada vez que lo recuerdo. Acabó contándome que los
hombres hoy día estaban muy tristes, que sus colegas de oficio no tenían ánimos
de nada, que se les hacía muy pesada la semana laboral y que no miraban el lado
positivo de las cosas. Yo seguía rellenando solicitudes por duplicado, siempre
se me olvida que todo es doble en la administración, que luego hay que dar fe
de que estuviste. Ella seguía con su retahíla de que la vida era maravillosa
pero que no sabíamos tomarnos las cosas con alegría y humor. Desde luego que mi
propósito de verlo todo hoy con claridad estaba dando resultado. Así que me
senté, dejé que el sabor a café embriagase mi espíritu y me deleité con una
buena tostada empapada en aceite y tomate natural. Hoy es el día de ir a
visitarle, hace años que no paso por allí, las costumbres se pierden y a veces
hay que recordar de donde una viene. Tan guapo, tan rebelde, tan suyo, tan moreno,
tan sutil, tan humilde, tan TODO.
Y vuelta a sacar la tarjeta de transporte. Aun
me siguen preguntando que por qué no tengo coche, supongo que he dado siempre
prioridad a otras cosas en mi vida, supongo, aunque yo contesto que me da miedo
conducir, que no me lo puedo permitir o que no me llama la atención. De todas
formas, me perdería historias que son dignas de contar seguramente y mi
atención estaría puesta en el volante. Este es otro debate personal.
El chófer abrió las puertas, apenas dura unos
segundos la subida, está todo programado para que lleguen justo a tiempo a las
paradas. Ya está todo digitalizado, informatizado, todo se controla. Hay una
pantalla que te marca los minutos que faltan para que llegue el medio que
esperas y la miras cinco veces en el mismo segundo creyendo que es imposible que
tenga tanta exactitud. Era
una señora mayor, andaba demasiado lenta con su bastón, imposible, no llegaba, los usuarios se dieron cuenta y comenzaron a gritar al
conductor que ya cerraba y emprendía la marcha. Gritaban de nuevo, ahora más fuerte,
yo observaba a la mujer desde mi ventana que intentaba en vano ir algo más de prisa. Una viandante
la agarró de la mano y la ayudó a alcanzar la acera y llegar por fin hasta la puerta. El
funcionario no tuvo más que dar un frenazo en seco, volver a pulsar el botón y
esperar que la señora consiguiera estar entre nosotros. Menudo instante de
solidaridad ante mis ojos que no cesó hasta que varias personas consiguieron
sentar a la anciana y colocarle su bastón sobre las piernas. Ella dio las
gracias casi sin aliento y sonrió.
Casi llegando a mi destino, un
señor de nacionalidad magrebí asentía escuchando a una señora mientras ésta le
contaba la pena que estaba sintiendo estos días por la huida de los refugiados sirios.
Pobres personas, tenemos que ayudarlos, y se lo decía a él, a quien yo miraba
imaginando como habría sido su camino hasta nuestro país, su país, el país de
todos, de este lugar del que nos creemos dueños sin ser nadie, donde no somos nada en
el infinito universo que nos rodea y seguimos intentando sobresalir por encima
del resto y mirándonos los hombros.
Hoy, de esos días “tontos” me quedo con esta
frase:
“ solo cuando tires lo viejo, darás cabida a lo
nuevo.
Y lo mismo sucede con nuestras emociones.
Cuando permitas que los sentimientos
Que te han herido salgan de tu vida, la mejor
gente
Y los mejores momentos estarán por venir”
Amanda Eslava 17/09/2015