martes, 19 de febrero de 2019

Los diez mandamientos de la Ley del Amor...

La vida, es aquello que tú quieras que sea...puedes elegir quedarte agazapada o desplegar las alas y dejar despiertos los sentidos...
Miré entonces al cielo, no sabía si irme o quedarme, y de repente recordé al Dios que me enseñaron en la escuela, y reproduje sus mandamientos...
Amar a Dios sobre todas las cosas es lo que hacía, estremecerme mirando sus dones, el sol al atardecer, helarme los pies acariciando sus aguas, dejando que su luz cegara mis pupilas, tocar sus arenas, dejarme vencer por el viento, observar las corrientes, escuchar como se intercambiaban las aves en el escenario según el crepúsculo...
Y no tomaría el nombre de Dios en vano, sino es bendiciendo el momento en que el placer me atraviesa y me eleva hasta dejarme caer exhausta sobre una nube de algodón blanco que me mece hasta la misma puerta del infierno, y créeme que luego me confieso y yo misma me sé de memoria la penitencia que procede, pero seguiré alabando a Dios cada vez que termino empapando sus manos entre mis piernas
Y juro santificar todas las fiestas con la sangre de tu hijo, y llenarme las comisuras de los labios de rojo ennegrecido, y que los dientes cambien de color de tantos sorbos de vino, y celebrar cada día sin que estén marcados en el calendario y hacer de un trece un catorce de febrero, y acabar pecando sobre tu cuerpo.
Nada más hermoso que honrar a un padre y venerar a una madre marcando nuestro camino con la infelicidad de su felicidad, para al final darnos cuenta que sin su honra, la nuestra no tiene sentido. Y en ese momento, avisas de que hoy tampoco llegas a casa, porque mi sonrisa te ha podido, y sumamos oraciones a la penitencia...
Y que no puedo matar y que yo te quiero matar a besos, y que no sabría luego donde enterrarte si no es en mis adentros, aquí, donde yo sola te lleve flores al jardín de mis alegrías y te meza entre suspiros al oído cuando te hunda la tristeza, para devolverte las ganas de volver sin ser llamada, de buscarme sin despedidas...
Actos impuros dicen, cariño, qué sabrán los que pusieron voz a Dios, si dios es el que permite los amores más puros, cómo pueden llamar impureza a crear naturaleza en el eco de tu voz, como pueden llamar impuro a mezclarnos solo en uno y a gritar en un orgasmo en nombre de Dios...si de un acto impuro nace vida, y la vida la trajo dios, qué coño es la impureza de la que los hipócritas hablan si no han tenido tu boca alimentándoles el alma...
No robarás...madre mía, si yo cada vez que te vas me quedo vacía, quién estableció los mandamientos que no mandan sin que yo tenga que desobedecerlos cuando estoy contigo, que soy la pecadora más impune de toda la gloria, la gloria de la que me expulsan cuando hasta su puerta llego a rastras, oliendo a sexo y partiéndome el alma, como las rameras, esas que dicen que perdonaban, que no pienso pedir perdón porque no me arrepiento de nada.
Y no me digas mentiras, que es el octavo mandamiento, aunque la verdad sea un azote en el costao que me duele más que a un costalero, porque ellos portan madera y yo tu cuerpo entero, que se mece sobre el mio por los callejones de la piel a paso lento, con las marchas del desaliento, con la música celestial de los golpes del deseo, con la melodía que solo son capaces de provocar las llamas de este infierno.
Pienso seguir teniendo deseos impuros sin tener que arrodillarme y confesar más que en el mismo punto intermedio, allí donde duermen los flamencos, allí donde la columna se te arquea para entrar en el paraíso donde nunca estuviste, donde nada hasta ahora te llamó para que frenaras, y vislumbraras lo que creías tan lejos estando cerca de tu casa...
Y codiciaré los bienes ajenos, los tuyos, para hacerlo míos, a destiempo, cuando me plazca, o cuando tu digas que sea el momento, o cuando haya ganas, o cuando la vida quiera, o quizá mañana, o tal vez nunca, pero no me lo creo, porque todo son excusas, dominadas por los miedos, ese miedo que yo arrojé el día que te miré al mismísimo infierno...