“A todos aquellos que son capaces de decir NO a la humillación de su dignidad, porque es lo único que tenemos”.
Las lágrimas se confundían con
las primeras lluvias de aquella mañana por Sierpes saliendo de la clínica, es
increíble como la mente puede jugarte malas pasadas en temas de salud.
<Usted no tiene absolutamente nada, relájese e intente tomarse la vida con
más positividad>. Después de estas palabras uno se siente un poco imbécil,
así que me subí al tranvía lo más rápida que pude para desaparecer de un mal
comienzo de día. Pero parece que la vida se empeña en no dejar que bajes la
guardia y curiosamente mi móvil sonó. Era el director de una empresa donde
hacía dos semanas había enviado mi curriculum vitae. Y viendo un atisbo de
esperanza, me tranquilicé, establecimos una cita para conocernos y cogí un
autobús para pasar el resto del día junto al mar y la familia. No dejes para mañana lo que quieras hacer
hoy y haz que cada día sea diferente
se habían convertido en mis banderas en estos últimos meses.
Dormí tranquila aquella noche,
una con la edad ya no se sobresalta por una entrevista de trabajo, siempre me
ha dado buenos resultados ser una misma y hablar a la cara con las personas de
la manera más transparente posible. Pero sentí que no debía acudir a aquel
encuentro, ¿presentimiento? No lo tengo claro pero tuve que esforzarme por lo
de siempre: tienes que frenar la prestación por desempleo, cotizar, conocer
gente, adquirir experiencia, porque claro, nunca se sabe. ¿Os suena? Si, las
palabras y consejos que nos dan algunas personas desde la comodidad de su situación
laboral, que son buenas opciones pero metidos en el pellejo de alguien que está
en plena encrucijada por encontrar empleo, no suena tan melódico a estas
alturas.
Y no me equivoqué. Después de que
esa persona no se dignó a bajar de la sexta planta de su oficina para indicarme
el lugar exacto donde tenía que acceder dentro de aquel edificio hermético y
hortera, ni siquiera a asomarse por la ventana y señalarme el punto exacto a
donde tenía que dirigirme, los bellos se me pusieron como escarpias.
Llamé a la puerta y abrí ante la
pasividad de “su majestad” que no se levantó para recibir a una mujer como Dios
manda. Molestaba de lo guapo que era, de lo exquisito, de lo perfecto,
pertenecía a una elite social que da sencillamente, pena. Enfrascado el pelo en
fijador, tez morena de rayos cancerígenos, labios gruesos de textura
artificial, polo de cuello vuelto Ralph Lauren, creo, porque no entiendo de
marcas pero él no llevaba cualquiera, aires de grandeza y un olor a limpio que
traspasaba toda la oficina. Ahí, postrado en su sillón, hacia detrás, cómodo,
tranquilo, autoritario, sin dejarte hablar, explicando todo lo que “exigía”
para el empleo que ofertaba. Y mientras yo pensando, ¿llegará mi turno de
palabra? Pero no, no tuvo lugar, un monólogo de veintiocho minutos dictando
normas a cumplir y objetivos que alcanzar, mirándome fijamente a los ojos
mientras yo asentía, ¿qué otra cosa podía hacer si no me dejaba articular
palabra?. Cuando termina su sermón añade: <y no digas sí con la cabeza
porque todas asentís y he tenido que echar a dos>. Solo atendí a reírme,
como hago ahora recordándolo, y sentí pena de él por ser tan pobre de espíritu
y tan carente de valores. También me miré a mí, aun ni me había quitado el
abrigo después de llevar una camiseta preciosa de miles de colores que
simulaban el arco iris y con muchos animales, y que desde luego contrastaba con
la frialdad de aquel hombre y su habitáculo.
En resumidas cuentas quería una
esclava que por quinientos euros le devolviera la época de esplendor a la
empresa, que fuera brillante, que tuviera muchos clientes, que ostentase buena
imagen física, pero sobre todo seria, muy seria en el trabajo. Yo no dejaba de sonreír
y tenía pinta de seguir molestándole. El no creía en la crisis, en los malos
tiempos, en que cualquiera no puede invertir en lujos, solo pensaba que había
tenido mala suerte contratando mujeres y
que aun no había encontrado ninguna que fuera extraordinaria. ¿Qué triste,
verdad? Y una asistiendo a conferencias por los derechos y la igualdad, madre
mía.
No pude hablar, no me hacía
preguntas, no quería tan siquiera escuchar mi voz, pero mi cara me delataba. Solo
entre sus frases pude colar mi opinión: mire, soy licenciada, con dos
especialidades universitarias, he llegado a ganar el triple de lo que me ofrece
y he estado seis meses en el extranjero
ganándome la vida y es una pena que nuestro país nos lleve a jóvenes tan
formados a acabar en una empresa como la suya y encima de todo sin poder esbozar
una sonrisa. Jamás he trabajado seria en ninguna parte, discúlpeme pero no sé
hacerlo. Espero que le vaya bien y tenga suerte. A él no le afectó mi
respuesta, me despidió diciéndome que la suerte la tenía que tener yo, puesto
que la lista de mujeres para ser entrevistadas era larga. Y alguien ocupará ese
puesto sin rechistar, y la esclavitud jamás será abolida en este mundo
capitalista que nos está llevando de nuevo a tiempos remotos, pues aun hay
personas que dejan pisotear su dignidad y personas como él que nacieron sin
humanidad.
Bajé rápida las escaleras y al salir, el sol me acarició
la cara, me sentí libre y llena de vida. Me quité la chaqueta dejando ver los
colores vivos de aquel tejido que irradiaba energía. Comí pan con aceite
charlando con una buena amiga y llegué a casa más satisfecha que nunca, con la
sensación de no sucumbir a los encantos de un galán de portada de revista, con
retoques de photo shop en su alma, sin
más riqueza que los miles de euros con que alimenta las entidades que nos están
matando de hambre y que nos quitan las casas al pueblo llano, porque esta
sociedad está de nuevo dividida y yo pertenezco al último escalón que depende
como lo mires, porque si hablamos de tabla de valores, estoy en la cima.
Carpe Diem