lunes, 28 de abril de 2014

Lo que encierra una nectarina…



“A tod@s aquell@s cómplices de las injusticias laborales, el maltrato psicológico y las vejaciones en los almacenes de frutas y campos de trabajo andaluces, porque como dice Amaral, algún día os perdonará Dios, no lo haré yo”…

Llegaron con las manos hinchadas la noche del 25 de abril, el cabello grasiento por tantas horas de sudor, los ojos rojos de la tensión, mover cajas de un lado a otro hace que aumente nuestra presión arterial, demasiado tiempo de pie, los tobillos inflamados; pero lo físico no importaba, ellas llevan años trabajando duro en su tierra, la que les vio nacer, la que temen abandonar porque sus raíces son demasiado fuertes, porque no se imaginan una mañana sin el olor a sal recorriendo las calles, por muchos motivos, ellas, no abandonarán Isla. Pero aquella noche, habían perdido el brillo en los ojos, sus almas se habían apagado, no querían volver a aquel lugar y yo me preguntaba por qué.

Ella dormía profundamente con pequeños sobresaltos mirando el teléfono a altas horas de la noche por si acaso recibía una alerta de que tenía que personarse en la puerta del almacén de frutas a primera hora de la mañana, el toque de queda que se quedó esperándola, porque su sueño podía más que la incongruencia de tener  que estar en desvelo, impaciente, aguardando un mensaje de texto donde explicite que vas a trabajar al día siguiente…

Caminé por el largo pasillo hasta la cocina, la alta actividad física a última hora de la tarde no me dejaba conciliar con mi almohada, así que me senté en la mesa y apoyé los codos sobre el cristal helado de la mesa. A través de la ventana aun se escuchaban los murmullos de cuatro amigos fumando algo que olía de maravilla, la mañana antes había habido una redada policial y ya de nuevo pululaban a sus anchas por los soportales de la plaza. Isla solo quedaba alterada por la silueta de los marineros por sus calles hasta el muelle y bajo ese manto de silencio cogí una nectarina del frutero y me dispuse a degustar un manjar que jamás antes había tenido entre mis labios.

A partir de entonces, cerré los ojos y ahondé dentro de esa dulzura que se volvió agria y putrefacta, y pude ver cuánto acontecía en su recorrido hasta el frutero de nuestras casas, cuánto el ser humano tiene que soportar para que tu dieta sea rica en azúcares necesarios para tu organismo. Ya no son las historias de “no te compres unas Nike que la fabrican niños en África” o "no vayas a comprar a un chino ropa porque los tienes explotados hacinados en condiciones infrahumanas", o como en la India en fábricas sin acondicionamiento ninguno. No, es Isla Cristina, España, Andalucía, año 2014, son nuestras madres, amigas, primas, tías, nuestras mujeres, esas que callan bajo gritos sordos las penurias a las que en algunos lugares se ven sometidas. Sí, eso me contó la nectarina aquella noche, muerta por dentro aunque por fuera reluciera bella como tantas féminas que se adelantan a la salida del sol para ponerse manos a la obra, andando por hasta el coche que le toque hoy llevarlas al campo o al almacén.  Me sentí cómplice de tanta calamidad y pensé: si tratan así a los seres humanos, mujeres, iguales, cómo trataran a las personas inmigrantes sin documentación o con ella o que tal vez no sepan hablar correctamente nuestro idioma.

Desgraciadamente vivimos en una época de crisis económica, social, política y cultural donde a los políticos de turno les interesa que bajen los índices de paro para decir: qué bien lo hemos hecho. Crean subvenciones económicas que ofrecen a los empresarios terratenientes de los campos andaluces a cambio de que éstos saquen a gente del INEM y los datos sean más favorables a sus intereses, pero ¿en qué condiciones trabajan estas personas? ¿Alguien se lo ha preguntado? ¿Conocen estas mujeres a qué sindicato pertenecen para denunciar abusos, vejaciones, chantajes morales o amenazas? ¿Saben a dónde tienen que dirigirse?¿ Por qué tienen miedo a hablar? La respuesta es fácil. Hemos acostumbrado a los andaluces a vivir cómodamente, pasar largas jornadas laborales en el campo que duran unos meses, unir las peonadas y vivir el resto del año de una paga. Esto estuvo muy bien hasta que llegó la inmigración donde a más de uno se le abrieron los ojos: miserables trabajando a cambio de miseria,  vuelta a la esclavitud que quedó abolida a finales del S XVIII. Y posteriormente la crisis española, la necesidad del “aguantar porque no hay otra cosa”, “quién se va a quejar si detrás hay treinta como yo”, “y qué hago con los niños y la hipoteca”, “es que mi marido está también parao” “Y a dónde voy”…frases que han hecho que olvidemos que la dignidad del ser humano es lo único que no tiene precio, que si la perdemos somos Nada.

Estamos dando pasos agigantados hacia atrás, escucho impotente los casos de mujeres que abandonan los almacenes lamentándose de su desdicha, o las depresiones psicológicas sin diagnosticar de las que siguen preparando cajas para darle salida bajo risas y frases como “ mueve esas manos más rápidas”, “ Inútiles”, “ que te ayude tu amiga”, gritos, faltas de respeto, de gentuza sin preparación que lame los pies del propietario de la empresa, sí,  las encargadas sumidas en el más amargo papel ¿ marionetas del sistema o verdaderamente se creen con poder para someter al “ otro”, sí, a mujeres como ellas, con los mismos dolores y necesidades, en vez de unirse, darse la mano, sonreír y decir, vamos todas adelante que hay que sacar la manteca para nuestras casas.  " Superiores" que se creen dueñas de la miseria que representan,  de la bajeza cultural de la que se aprovechan sus jefes, reprimidas sociales que llegan a casa y tienen que dejarle limpias las botas al marido, mujeres que sirven en su hogar de rodillas y quieren que se arrodillen para ellas las débiles, las educadas, las que verdaderamente se esfuerzan por conseguir las 35 puñeteras peonadas. ¡Madre Constitución! ¿Esta es la Democracia española? ” Trabajo digno para todos…”

Ya llegué al hueso del fruto, eran cerca de las dos de la madrugada, no podía dejar de dar vueltas a la cabeza maldiciendo cada insulto que les habían propinado aquel día a las dos amigas. Y lo peor de todo es que nadie se va a enterar de esto, pensaba. Ninguna quiere dar nombres, tienen miedo, nadie quiere denunciar ni ser testigo, prefieren vivir bajo un tupido velo hasta que pase la temporada, hasta el próximo año. Pero creo que los políticos que tienden la mano a estas empresas deben saber con qué bueyes aran, los sindicatos de trabajadores deben estar a la altura de las circunstancias, mandar inspecciones, hacer entrevistas a las mujeres para saber en qué condiciones laborales y de salubridad se encuentran, no son máquinas, son seres humanos altamente cualificados para sacar adelante toda una producción, pero señores, con orgullo y dignidad, que no les tiemblen las piernas cada vez que se calzan los zapatos y se amarran los cordones para “ dar de mano”. Y tú, encargada de apagar el espíritu luchador y la valentía de tu género, solo te digo desde mis humildes líneas que el día que esos delincuentes para los que trabajáis sean vencidos, vayáis tras ellos cual plañideras en su destierro. 

A las demás, FUERZA, LUCHA y LIBERTAD, no os vayáis de los trabajos sin denunciar la situación a la que os someten, hablad, porque sino jamás se terminará con esta escoria de esclavitud maquillada, sed compañeras, testigos, buenas amigas, como hasta ahora; vuestras familias aunque abandonéis un puesto de trabajo va a estar muy orgullosa de vosotras porque no habréis dejado pisotear vuestra Dignidad, vosotras dormid tranquilas, que los demonios se apoderen de los cómplices de los abusos, y que los perdone Dios, no lo haré yo…

Pude regresar a la cama envuelta en lágrimas, qué injusticia, qué impotencia, que lacra social, y soñé que todas esas mujeres (para colmo de los colmos mayoría) unieron sus fuerzas a la mañana siguiente, se plantaron delante de su almacén de frutas y gritaron NO MÁS FALTAS DE RESPETO, SOMOS PERSONAS. Los productos no fueron distribuidos, el comercio se paralizó, tuvieron que ser escuchadas, reincorporadas y bien tratadas, sus condiciones laborales cambiaron y cada día se levantaron felices a desarrollar sus trabajos.

Desde aquel día, las nectarinas brillaron más que nunca en sus alveolos, ninguna fisura en sus pieles, ningún rasguño, ningún hueco putrefacto en sus huesos, frescas, naturales, sabrosas como los corazones de las mujeres que las acarician cada mañana, que las miman, que las seleccionan… ¿y por qué no puede ser verdad?

A partir de ahora cada vez que tengas una pieza de fruta en tus manos, piensa en el largo camino que ha recorrido hasta llegar a ti, recuerda que cada una es el sudor de una mujer que puedes tener más cerca de lo que piensas, que silencia su pesadumbre con las risas en las cintas, con las bromas con “ los morenos” como llaman a los inmigrantes africanos, con el intercambio lingüístico, porque aquellas paredes encierran una cultura asombrosa tras de sí, porque no saben siquiera que juntos cambiarían las cosas si quisieran, pero les inunda el miedo…miedo que espero algún día los responsables sientan en sus propias carnes, miedo, solamente les deseo…Miedo…

Nota: no quiero con mi texto generalizar en el tema de las condiciones laborales y personales que se encuentran muchas trabajadoras, existen personas muy contentas con su trabajo diario y con los dueñ@s de las empresas, pero otras como aquella nectarina no pudo más y me contó su relato…Suerte amiga, en tu nuevo caminar, enhorabuena por retirarte a tiempo.




Isla Cristina a 29 de Abril de 2014Carpe Diem    Amanda Eslava Martínez