“A tod@s aquell@s cómplices de las injusticias laborales, el
maltrato psicológico y las vejaciones en los almacenes de frutas y campos de
trabajo andaluces, porque como dice Amaral, algún día os perdonará Dios, no lo
haré yo”…
Llegaron con las manos
hinchadas la noche del 25 de abril, el cabello grasiento por tantas horas de
sudor, los ojos rojos de la tensión, mover cajas de un lado a otro hace que
aumente nuestra presión arterial, demasiado tiempo de pie, los tobillos
inflamados; pero lo físico no importaba, ellas llevan años trabajando duro en
su tierra, la que les vio nacer, la que temen abandonar porque sus raíces son
demasiado fuertes, porque no se imaginan una mañana sin el olor a sal
recorriendo las calles, por muchos motivos, ellas, no abandonarán Isla. Pero
aquella noche, habían perdido el brillo en los ojos, sus almas se habían
apagado, no querían volver a aquel lugar y yo me preguntaba por qué.
Ella dormía
profundamente con pequeños sobresaltos mirando el teléfono a altas horas de la
noche por si acaso recibía una alerta de que tenía que personarse en la puerta
del almacén de frutas a primera hora de la mañana, el toque de queda que se
quedó esperándola, porque su sueño podía más que la incongruencia de tener que estar en desvelo, impaciente, aguardando
un mensaje de texto donde explicite que vas a trabajar al día siguiente…
Caminé por el largo
pasillo hasta la cocina, la alta actividad física a última hora de la tarde no
me dejaba conciliar con mi almohada, así que me senté en la mesa y apoyé los
codos sobre el cristal helado de la mesa. A través de la ventana aun se escuchaban
los murmullos de cuatro amigos fumando algo que olía de maravilla, la mañana
antes había habido una redada policial y ya de nuevo pululaban a sus anchas por
los soportales de la plaza. Isla solo quedaba alterada por la silueta de los
marineros por sus calles hasta el muelle y bajo ese manto de silencio cogí una
nectarina del frutero y me dispuse a degustar un manjar que jamás antes había
tenido entre mis labios.
A partir de entonces,
cerré los ojos y ahondé dentro de esa dulzura que se volvió agria y putrefacta, y pude ver cuánto acontecía en su recorrido hasta el frutero de nuestras casas,
cuánto el ser humano tiene que soportar para que tu dieta sea rica en azúcares
necesarios para tu organismo. Ya no son las historias de “no te compres unas
Nike que la fabrican niños en África” o "no vayas a comprar a un chino ropa
porque los tienes explotados hacinados en condiciones infrahumanas", o como en
la India en fábricas sin acondicionamiento ninguno. No, es Isla Cristina,
España, Andalucía, año 2014, son nuestras madres, amigas, primas, tías,
nuestras mujeres, esas que callan bajo gritos sordos las penurias a las que en
algunos lugares se ven sometidas. Sí, eso me contó la nectarina aquella noche,
muerta por dentro aunque por fuera reluciera bella como tantas féminas que se
adelantan a la salida del sol para ponerse manos a la obra, andando por hasta el coche que le toque hoy llevarlas al campo o al almacén. Me sentí cómplice de tanta calamidad y pensé:
si tratan así a los seres humanos, mujeres, iguales, cómo trataran a las
personas inmigrantes sin documentación o con ella o que tal vez no sepan hablar
correctamente nuestro idioma.
Desgraciadamente
vivimos en una época de crisis económica, social, política y cultural donde a
los políticos de turno les interesa que bajen los índices de paro para decir:
qué bien lo hemos hecho. Crean subvenciones económicas que ofrecen a los empresarios
terratenientes de los campos andaluces a cambio de que éstos saquen a gente del
INEM y los datos sean más favorables a sus intereses, pero ¿en qué condiciones
trabajan estas personas? ¿Alguien se lo ha preguntado? ¿Conocen estas mujeres a
qué sindicato pertenecen para denunciar abusos, vejaciones, chantajes morales o
amenazas? ¿Saben a dónde tienen que dirigirse?¿ Por qué tienen miedo a hablar?
La respuesta es fácil. Hemos acostumbrado a los andaluces a vivir cómodamente,
pasar largas jornadas laborales en el campo que duran unos meses, unir las
peonadas y vivir el resto del año de una paga. Esto estuvo muy bien hasta que
llegó la inmigración donde a más de uno se le abrieron los ojos: miserables
trabajando a cambio de miseria, vuelta a
la esclavitud que quedó abolida a finales del S XVIII. Y posteriormente la
crisis española, la necesidad del “aguantar porque no hay otra cosa”, “quién se
va a quejar si detrás hay treinta como yo”, “y qué hago con los niños y la
hipoteca”, “es que mi marido está también parao” “Y a dónde voy”…frases que han
hecho que olvidemos que la dignidad del ser humano es lo único que no tiene
precio, que si la perdemos somos Nada.
Estamos dando pasos
agigantados hacia atrás, escucho impotente los casos de mujeres que abandonan
los almacenes lamentándose de su desdicha, o las depresiones psicológicas sin
diagnosticar de las que siguen preparando cajas para darle salida bajo risas y
frases como “ mueve esas manos más rápidas”, “ Inútiles”, “ que te ayude tu
amiga”, gritos, faltas de respeto, de gentuza sin preparación que lame los pies
del propietario de la empresa, sí, las
encargadas sumidas en el más amargo papel ¿ marionetas del sistema o
verdaderamente se creen con poder para someter al “ otro”, sí, a mujeres como
ellas, con los mismos dolores y necesidades, en vez de unirse, darse la mano,
sonreír y decir, vamos todas adelante que hay que sacar la manteca para
nuestras casas. " Superiores" que se creen
dueñas de la miseria que representan, de
la bajeza cultural de la que se aprovechan sus jefes, reprimidas sociales
que llegan a casa y tienen que dejarle limpias las botas al marido, mujeres que
sirven en su hogar de rodillas y quieren que se arrodillen para ellas las
débiles, las educadas, las que verdaderamente se esfuerzan por conseguir las 35
puñeteras peonadas. ¡Madre Constitución! ¿Esta es la Democracia española? ”
Trabajo digno para todos…”
Ya llegué al hueso del
fruto, eran cerca de las dos de la madrugada, no podía dejar de dar vueltas a
la cabeza maldiciendo cada insulto que les habían propinado aquel día a las dos
amigas. Y lo peor de todo es que nadie se va a enterar de esto, pensaba.
Ninguna quiere dar nombres, tienen miedo, nadie quiere denunciar ni ser
testigo, prefieren vivir bajo un tupido velo hasta que pase la temporada, hasta
el próximo año. Pero creo que los políticos que tienden la mano a estas
empresas deben saber con qué bueyes aran, los sindicatos de trabajadores deben
estar a la altura de las circunstancias, mandar inspecciones, hacer entrevistas
a las mujeres para saber en qué condiciones laborales y de salubridad se
encuentran, no son máquinas, son seres humanos altamente cualificados para
sacar adelante toda una producción, pero señores, con orgullo y dignidad, que
no les tiemblen las piernas cada vez que se calzan los zapatos y se amarran los
cordones para “ dar de mano”. Y tú, encargada de apagar el espíritu luchador y
la valentía de tu género, solo te digo desde mis humildes líneas que el día que
esos delincuentes para los que trabajáis sean vencidos, vayáis tras ellos cual
plañideras en su destierro.
A las demás, FUERZA, LUCHA y LIBERTAD, no os vayáis
de los trabajos sin denunciar la situación a la que os someten, hablad, porque
sino jamás se terminará con esta escoria de esclavitud maquillada, sed
compañeras, testigos, buenas amigas, como hasta ahora; vuestras familias aunque
abandonéis un puesto de trabajo va a estar muy orgullosa de vosotras porque no
habréis dejado pisotear vuestra Dignidad, vosotras dormid tranquilas, que los
demonios se apoderen de los cómplices de los abusos, y que los perdone Dios, no
lo haré yo…
Pude regresar a la cama envuelta en lágrimas, qué injusticia, qué impotencia, que lacra social, y soñé que todas esas mujeres (para colmo de los colmos mayoría) unieron sus fuerzas a la mañana siguiente, se plantaron delante de su almacén de frutas y gritaron NO MÁS FALTAS DE RESPETO, SOMOS PERSONAS. Los productos no fueron distribuidos, el comercio se paralizó, tuvieron que ser escuchadas, reincorporadas y bien tratadas, sus condiciones laborales cambiaron y cada día se levantaron felices a desarrollar sus trabajos.
Desde aquel día, las
nectarinas brillaron más que nunca en sus alveolos, ninguna fisura en sus
pieles, ningún rasguño, ningún hueco putrefacto en sus huesos, frescas, naturales,
sabrosas como los corazones de las mujeres que las acarician cada mañana, que
las miman, que las seleccionan… ¿y por qué no puede ser verdad?
A partir de ahora cada
vez que tengas una pieza de fruta en tus manos, piensa en el largo camino que
ha recorrido hasta llegar a ti, recuerda que cada una es el sudor de una
mujer que puedes tener más cerca de lo que piensas, que silencia su pesadumbre
con las risas en las cintas, con las bromas con “ los morenos” como llaman a
los inmigrantes africanos, con el intercambio lingüístico, porque aquellas
paredes encierran una cultura asombrosa tras de sí, porque no saben siquiera que
juntos cambiarían las cosas si quisieran, pero les inunda el miedo…miedo que
espero algún día los responsables sientan en sus propias carnes, miedo,
solamente les deseo…Miedo…
Nota: no quiero con mi texto generalizar en el tema de las condiciones laborales y personales que
se encuentran muchas trabajadoras, existen personas muy contentas con su
trabajo diario y con los dueñ@s de las empresas, pero otras como aquella nectarina no pudo más y me contó su
relato…Suerte amiga, en tu nuevo caminar, enhorabuena por retirarte a tiempo.
Isla
Cristina a 29 de Abril de 2014… Carpe Diem Amanda Eslava Martínez