martes, 13 de noviembre de 2018

Los hijos del Mar...


Todavía recuerdo como me atravesaba con la mirada mientras narraba que no podía  contener más el tiempo para volver a dedicar su vida a trabajar con menores, no pudo soportar vivir con la ausencia de sus voces, de su amor, de sus historias, de sus necesidades. Ella fue esa persona que me dio la oportunidad de cumplir uno de mis sueños, esos en los que crees y acabas creando. Aún la veo doblar aquella calle, impaciente, esperando el autobús que traería consigo un cambio importante para nuestras vidas. Niños magrebíes y subsaharianos que cansados y ataviados con nada más que el teléfono memorizado de su madre, cruzaron el umbral de la esperanza, de haber pisado por fin tierra firme lejos de fría orilla donde recibieron los primeros auxilios.

Lo consiguieron, fuertes y valientes pero ahora asustados, cohibidos, confusos, somnolientos, con hambre y sed, con carencia de ternura, deseosos de que una mano les acariciara para calmarles el corazón y poder apaciguar sus miedos. Llegaron, para no quedarse, porque la casa era un lugar de emergencia social, vinieron para coger fuerzas y seguir su camino, el sendero de la libertad, para lo que habían convencido  a su familia que debían hacer con ellos. La libertad de no ser esclavos de la pobreza más acuciante en una tierra de nadie, donde sus gobernantes se bañan en oro mientras que a ellos los recoge la calle y la miseria, la hambruna y la guerra, las violaciones de derechos humanos, malditos documentos europeos que no hacen más que hacinarse en despachos sin convertirse en un hecho real.

Una vez que los ves llegar, jamás se te borran sus ojos de la memoria. Empiezan los días en que no puedes dormir, tienes pesadillas donde escuchas el eco de sus llantos sordos, de tu nombre en diferentes colores y acentos, resuenan tan bonitos en sus labios negros que sus bocas acaban dibujando sonrisas cuando te ven la cara de incredulidad ante su avance en español.

Una vez que entras en sus vidas, ellos se quedan en la tuya eternamente, por mucho que partan lejos, por mucho que tengas que reprenderles porque no se  comportan bien, ellos dan y reciben y tú recibes mientras das todas las energías con las que te levantas cada amanecer. Cuando llegas a casa ya no te queda nada, sientes un vacío desolador parecido a las despedidas, aun sabiendo que mañana volverás a abrazarles.

Hay que vivirlo para poder contarlo, es fácil hablar desde fuera, desde la desinformación y el desconocimiento que nos hace caer en el racismo más obsoleto sin a veces querer llegar a ello, pero es que nos lo venden por todas partes, desde la falta de costumbre, el miedo y la publicidad engañosa, la incultura, la precariedad de entendimiento de la historia de las migraciones, del por qué a veces no tenemos la respuesta ante tanta inhumanidad.

Cuando oigo o leo comentarios vacíos de amor, cuando la gente no sabe lo que es no poder conciliar el sueño escuchando sus gritos en la oscuridad de la noche llamando a sus familias, cuando lloran desconsolados porque les duele algo, cuando llaman a su gente y el teléfono comunica y caen en la más acuciante tristeza, cuando necesitan una mano para poder caminar seguros por la calle, cuando les das un trozo de plastilina y crean con sus dedos una patera repleta de niños al borde del abismo, cuando dibujan una felicitación navideña con muertos en la superficie del mar, cuando huyen buscando a los suyos que ya hace años consiguieron cruzar el estrecho, o los captan redes de tráfico de menores y no puedes hacer más que llamar a la policía y correr tras ellos sin poder alcanzarles mientras te invade la impotencia, cuando los despiertas por la mañana y sonríen porque ven una cara amiga, cuando les das de comer, le preparas la ropa de la ducha, les riñes porque hace frío y les gusta ir en chanclas porque después de su travesía no le temen a nada, cuando prefieren jugar al fútbol descalzos porque se han criado en la calle mientras tus hijos llevan botines se marca flourescentes y no pueden trepar un árbol como ellos, porque están entumecidos con las nuevas tecnologías y nunca conocerán como se juega en las calles haciéndose inmunes. Cuando ves a niños correr como linces, saltar donde jamás tú podrás llegar por mucho que entrenes, cuando vuelan en los columpios del parque sin temor, cuando se caen mil veces y aprenden a levantarse, entonces, habla de lo que quieras.

Yo estoy dispuesta a contarte como rezan cinco veces al día sin zapatos, como no sienten la humedad como nosotros, como su valor te da mil vueltas porque no entienden de tu zona de confort, de tus diazepan ni tilas dobles, como pasan dolor mientras llega la ambulancia y ni siquiera se quejan, como te miran agradeciéndote que les pongas la mano en el pecho cuando los levantan las convulsiones en una camilla porque les arrecia la fiebre, como te llaman mamá si pasas de los treinta o amiga cuando bajas de los veinticinco, como se enfadan porque les impones normas para que luego tú te sientas cómodo cuando veas a un “moro” o un “negro” por la calle, teniendo encima que soportar como te agarras el bolso o como pierdes visión mirando las cámaras de vigilancia de tu establecimiento.

Los hijos del mar no roban, cualquiera podemos ser ladrón. Ellos no van sucios, ellos tienen los pies negros de caminar a veces años para cruzar las fronteras de la muerte, dicen que tienen mal aspecto pero les aseguro que el corazón no les cabe en sus adentros, ellos van cogiendo toda la acerca mientras caminan porque son como hermanos, no para entorpecer el paso a nadie, ellos no hacen daño a las mujeres, solo las miran asombrados porque en su cultura no se ve a las chicas libremente mostrando su cuerpo como en nuestra mal llamada democracia, porque no podemos presumir actualmente de ella o dar ejemplo de la misma siendo violadores de nuestra propia constitución.

No me hables de los MENA sino has estado en uno de ellos, sino los has visto huir por una ventana y caer partiéndose una mano porque gente sin escrúpulos les ha dicho que si saltan, con ellos podrán tener una vida mejor. No hables sino has estado con un niño de color en urgencias y han tardado en atenderte porque no son más que nadie, no hables si no has sentido la solidaridad de un médico acariciándole la mano para que no tuviera miedo a la aguja, no hables si lo llevo sin bufanda porque quizá se la haya regalado a un amigo. No contamines a los tuyos de ideas rancias sobre algo que no has vivido en primera persona.

Estoy cansada de la política, de los juegos sucios de las administraciones, de ver como echan un mano a mano a ver quién se hace más daño públicamente sin pudor, sin escrúpulos, sin piedad, porque todo vale por el maldito dinero aunque pongan en juego sus propios valores solidarios, que  mezclado con lo material acaban desapareciendo.

No hables más si ninguno de esos niños se ha dormido sobre tu pecho buscando el calor de su madre, no hables si no sabes comer a su lado, en su mesa, con sus platos, como uno más. No hables si no has bailado con ellos para animarles al ritmo de la madre África, no hables  si no te has emocionado cuando pronuncian su primera palabra en español, no hables si no has sentido como te tiembla el cuerpo cuando presencias una reagrupación familiar, cuando sabes que no los puedes escolarizar porque estás en un centro de emergencia, que están de paso, que se irán, que no puedes cogerles cariño porque la partida es dura. Cuando no sabes lo que es ir con ellos a una discoteca para niños y que les nieguen la entrada por ser de otra etnia y te vas, jodida, maldiciendo al ser inhumano hasta tu casa sin saber cómo explicarles la verdad y acabar diciéndoles que estaba el aforo completo.

Cállate sino sabes lo que es hacer comida para setenta cuando todavía no existen medios materiales ni humanos, cuando tus pies no pueden más y que sigues adelante imaginando como fue su travesía, eso, es lo único que te da fuerzas para entrar a las ocho e irte a tu casa a las cuatro olvidándote de que no te has sentado siquiera a comer, total, tu frigorífico está lleno, ellos tienen que compartir lo que les queda.

Cállate y no seas más la vergüenza para tus hijos, ni para las futuras generaciones. La inmigración sacará a España de la pobreza de espíritu en la que vive sumida, lejos de la iglesia que formó Cristo, sí, ese al que tú le sigues lleno de oro y miserias, de hipocresía, ese al que rindes pleitesía y luego llegas a casa e insultas a tu mujer, o no pasas tiempo con tus niños, el que mira mal a un menor extranjero. Deja de portar medallas, imágenes de santos, y cree en aquel revolucionario que hace más de dos mil años lavaba los pies a los pobres, convivía con las prostitutas o curaba a los leprosos. Entonces así, podrás hablar. Acércate a ellos, intenta comprenderlos, mira a través de su alma mientras sanas la tuya que falta te hace seguro. Te prometo que una vez lo consigas, sabrás lo que es trabajar con el corazón dentro de las normas establecidas, que ya no entenderás de oficios mecánicos, de obedecer sin ser flexible, de llegar a casa enfadado y con estrés. Todo cambiará en tu vida, y serás mejor persona, alejado de esta sin razón donde  algunos se empeñan en crear batallas entre los humanos, siendo la vergüenza de los propios animales que en manada, viven unidos y alcanzan sus fines en comunidad.

Ojalá algún día, los niños migrantes dejen de ser piezas en juegos sucios, hijos de padres y madres que no los atienden porque trabajan para hacer frente a sus enemigos en las cámaras, que se  pelean creando leyes que no les favorecen como los matrimonios divorciados, que pierden el tiempo en el combate a ver quién les da más o menos, mientras hacen daño a los niños. Los hijos del mar, los hijos de África, los hijos de Europa, los hijos de todos, porque todos somos cómplices de que pierdan la vida en el mar, así que unámonos para al menos a los que han llegado con vida, seamos capaces de tenderles una mano, que no somos más que ellos, que somos la miseria y los hijos de un pueblo que un día explotó sus riquezas.

 Ahora asumamos las consecuencias y no caigamos en la necedad de discutir si tienen zapatos que ponerse o si ha llegado a tiempo el libro de lectura o la cita médica, preocupémonos de que tienen el calor que el frío del mar les arrancó de sus madres, mujeres que se ahogan en lamentos al otro lado, y que si cierras los ojos, las sentirás protegerte en agradecimiento de que cada noche, arropes a sus pequeños con el ardor de tus manos.

Que Alá os proteja en vuestro camino hacia la libertad. Y que los gobiernos se unan para hacer un mundo mejor porque todos navegamos en el mismo barco, en la misma vida, de la que partiremos algún día porque la muerte no perdona a nadie.
Os amo mis pies negros.





Amanda Eslava Martínez


Jerez de la Frontera, 13 de noviembre de 2018