A todas aquellas mujeres
que fueron mis alumnas y que me abrazan con sus sonrisas cómplices y llenas de
cariño
Aquel
medio día rechacé trabajar en política por cuarta vez, ya casi tenía listos los
trámites para el voluntariado que me llevaría a cambiar de país y cumplir uno
de mis sueños, cuando vi aquel cartel anunciando un nuevo centro deportivo en
la ciudad.
En
horas tenía que tomar otra decisión importante para mi vida, así que dejé de
lado los trámites administrativos y deposité en un buzón mi carta de
presentación. Todos cuantos me cruzaba a mi paso me recordaban la torpeza de no
declinarme profesionalmente por estar sentada en el Consistorio intentando
solucionar los problemas de la ciudad mientras mi cartera engordaba
mensualmente. Pero ¿a cambio de qué? Tenía que comulgar con unas ideas que cada
vez se alejaban más de mi espíritu, de mi personalidad, esa que no es fácil ir
fraguando a lo largo de los años. Suponía tirar por la borda aquellos valores
morales que no tienen precio y que encierran la dignidad de cada ser humano. A
excepción de dos personas muy importantes en mi vida, nadie lo entendía. Se
trataba de vender mi imagen a cambio de sentirme vacía en una lucha que no me
correspondía.
Decidí
presentarme a aquella entrevista y superé las siguientes pruebas, siempre con
una fachada positiva y enérgica aunque
por dentro estuviera temblando. Miré al miedo de frente y me vi ante una sala
llena de mujeres que esperaban impacientes su primera clase. Yo había hecho ejercicio
toda mi vida por problemas de salud (mis pies planos me trajeron muchas
llantinas en la infancia) y porque mis padres nos educaron en el deporte. Había
llegado a obtener cinturón marrón de kárate (pena que mis profesores se
distanciaran y nadie nos llegase a examinar del último escalón), me inserté en
el aerobic y el atletismo con quince años y como casi todas las adolescentes
abandoné la vida saludable durante dos años por un fuerte enamoramiento. En ese
periodo de dejadez y coincidiendo con la última etapa del crecimiento femenino,
conocí los dolores musculares y de espalda; y es que los cambios radicales no
son buenos cuando se trata del organismo.
Mi
primera sesión fue estupenda, siempre intentaba fijarme en el trabajo de una
compañera ya veterana hasta que poco a poco fui adoptando mi propia forma de
llevar a cabo los entrenamientos diarios.
Empezaron
a pesarme las piernas, eso que llaman problemas de circulación de estar tantas
horas en pie, los fines de semana los utilizaba para dormir, acababa exhausta
porque aquel negocio tuvo muy buena acogida, me pasaba horas actualizando
música para innovar y sorprender a las socias del club. Pero todo esfuerzo era
compensando al finalizar la jornada laboral. Así un año y medio en el que poco
a poco todas nos unimos en una sola y
nos convertimos en una gran familia. Mujeres cada una con una historia tras de
sí cuyos resúmenes argumentales me guardaba en lo más profundo de mi ser. A
veces, se alargaban tanto nuestras conversaciones que teníamos que sentarnos en
un sofá rosa que decoraba la entrada o incluso durante la actividad seguíamos
comentando el desarrollo de algún suceso personal.
Ansiedad,
discusiones matrimoniales, distanciamientos por negocios, temas escolares de
los hijos, enfermedades óseas y circulatorias o dolores corporales en general
que tuve que aprender por mi misma a calmar con mi mejor cara. Inventaba
juegos, les leía frases célebres, les contaba anécdotas y experiencias
personales de superación para que no se sintieran solas en su padecer, les
instruía en un mundo saludable sobre alimentación e hice que vieran el deporte
como forma de vida y nunca como estética, porque mi lema era que debían
sentirse bien consigo mismas y quererse. Aprendieron a amarse por dentro y por
fuera, a luchar contra los días no tan buenos y a enfrentarse a las
adversidades de lo que supone ser madre, esposa, hija, trabajadora, simplemente
a todo lo que la sociedad les había hecho creer que era ser Mujer.
Hoy,
las veo mentalmente en cualquier lugar. Cuando salgo a correr me cruzo con alguna
de ellas que pasa caminando y me pregunto qué sería de aquella depresión
después de fallecer su madre o cuando voy al supermercado y alguna me abraza
fuertemente, mientras en mi eco interior resuena un ¿estará mejor con su
marido? Pero yo no les recuerdo nada negativo sino que les reitero que jamás
deben abandonar el deporte aunque la situación actual en este país nos haya
separado. Pueden practicarlo donde y cuando quieran, conmigo o sin mí, aunque
me enorgullece que me echen de menos, no ya como entrenadora sino lo que es más
importante, como persona.
Atrás
quedaron los ritmos ochenteros que tanto nos hacían reír, la samba brasileña
cuando menos lo esperaban y que tanto me sorprendían cuando la ponían en práctica
¡qué manera de moverse!, los secretos en la jaula de estiramientos, esos que
llevaré conmigo para siempre porque me sirvieron de teoría para la práctica de
la vida, los disfraces que amenizaban nuestras tardes más tristes, las
meriendas con toques sexuales, cualquier cosa nos servía para contagiarnos de
felicidad, mis dedicatorias a todas y cada una de ellas echas canciones, tenía
repertorio para cada estado de ánimo. Y así las recuerdo, como ahora mismo
sonriendo en mi escritorio…¡¡Esperad!! Me llega un wasap, sé que no debería
leerlo porque cuando una se inspira no puede parar el ritmo de los dedos sobre
el teclado pero la intriga me inunda.
Lloro
de alegría y sin consuelo y apenas
puedo seguir escribiendo. Una de aquellas alumnas, con treinta años me escribe
dándome la noticia de que ha superado el cáncer linfático que venía padeciendo
y que la retiró del deporte a principios de este año. Esta mañana se lo han
anunciado sus médicos. Me rindo a su decisión de querer darme la noticia y la
he llamado para darle la enhorabuena y las gracias por hacerme partícipe de
algo tan grande como es su estado de salud.
Y
se me viene a la cabeza una pregunta que
me hicieron esta mañana cuando intenté buscar trabajo: perdona, ¿y tú que
titulación deportiva tienes?..- La de la Vida y la Experiencia querido amigo,
esa que no está en ningún curso que se publicite y que no puedes adquirirla
mediante un diploma acreditativo de horas lectivas que te cuesta quinientos
euros el que menos. Yo me he especializado en valores humanos durante un año y
medio de vida profesional y esa es la mayor graduación que cuelga hoy de la
pared de mi persona.
¿Próxima
parada laboral?...Incierta. Pero sea cual sea y esté donde esté he aprendido
que darlo todo por mi trabajo es la única manera de sentirme plena. Aunque como
todo en la vida haya que pagar las consecuencias…
Carpe
Diem
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