“A todos aquellos que tienen que salir de su país, para que en el arduo
camino encuentren a esas personas buenas que luchan porque sientan al menos la
calidez de una mano amiga”
Desde que no pude estudiar la carrera que siempre había
soñado albergaba en mí con más fuerza el deseo de “ayudar a los demás”: era mi
frase. De pequeña decía que quería ser monja (debido a la desorientación e
inmadurez, claro, nada más lejos de la realidad), luego fui durante ocho años
catequista en una parroquia del pueblo, en los que aprendí dos cosas: a creer
en los valores cristianos y a ver de frente la hipocresía. Y acabé a los veintisiete por cosas del destino
en otro país trabajando de becaria en
una ong de inmigración, donde pase los seis meses más felices de mi etapa
laboral. Allí di cuanto tenía y más, a veces hasta caer exhausta. Mi padre
siempre me aconsejaba no jugar a cambiar
el mundo porque acaba costando la salud. Y no se equivocaba pero uno de mis
lemas es que hay que aprender por sí mismo, es como el ser humano acaba
formándose. Aquella historia algún día la escribiré, desde luego, esas etapas
vitales jamás se olvidan.
Dos años más tarde, en una pequeña oficina, aquel hombre
bajito y sereno me contaba la historia de su vida y cómo había terminado
dedicando su vida a los demás. Me propuso irme de nuevo al extranjero a llevar
una labor social como voluntaria (África o Latinoamérica eran los destinos).
Qué lejos quedaba su figura de aquellos personajes con medallas colgadas en las
iglesias de nuestras ciudades. Eso era llevar una vida cristiana y ensalzar
unos valores sin ánimo de lucro ni protagonismos absurdos. Terminó nuestra
charla con una frase suya que decía: < ¿sabes por qué estás aquí? Porque las
personas como nosotros nos acabamos encontrando>.
Volví a casa y vi un
anuncio donde decía que se necesitaba monitora deportiva en el barrio. Y ahí
permanecí trabajando año y medio durante horas alejada de aquel camino, mientras
de alguna forma daba mi hombro como apoyo a mis alumnas y las ayudaba en lo que
podía, sobre todo las hice sonreír y disfrutar y eso me mantenía despierta en
un mundo laboral que no era del todo mi ilusión.
Y aquel hombre que desprendía bondad volvió a aparecer en mi
vida después de algunos años abriéndome las puertas de su Casa. Me sentí como
el hijo pródigo cuando vislumbré su alegría al verme y allí me ofreció un hueco como
recepcionista en atención a inmigrantes y como profesora de español. Aquel
lugar era especial desde sus puertas hasta las sensaciones que te transmitía
pasar horas en sus entrañas. Un pasadizo subterráneo oscuro donde los cimientos
vibran con el paso de trasportes pesados, pero que alberga vida y esperanza,
donde el futuro, la lucha y la Justicia se abren camino.
Pude trabajar con un Gran equipo humano y profesional que
partieron de la nada, de la fuerza de una mujer pionera en fundaciones y ongs
que estuvo en el continente africano y donde se sintió como en su propio
hogar. Hoy, tienen una base firme y consolidada donde forcejean a diario con la crisis
social, política y económica que arrasa nuestro país. Desde el Presidente, la
Directora, el equipo de formación, la administrativa, las orientadoras, hasta
los compañeros voluntarios, fueron mi apoyo desde el minuto uno de mi llegada.
Sonrisas regaladas a cada paso de un lado a otro con papeles en las manos,
sonidos de teléfonos y gritos sordos que pedían ayuda aguardando en la sala de
espera.
Atendí a personas que estaban durmiendo en la calle, escuché
historias personales muy duras. A veces piensas que no vales para algo y te
acabas sorprendiendo a ti misma. Lejos quedan las lágrimas y los
sentimentalismos cuando tienes delante la realidad y tienes que conseguir una
solución en poco tiempo, es increíble como tu capacidad de reacción activa tus
sentidos mientras las horas pasan en un instante. Todas las nacionalidades
pasaron por aquella mesa donde a veces me quedaba atónita ante ojos
desesperanzados que narraban su pasado y su presente y que no veían claro su futuro.
Arrancados de cuajo de sus países de origen por la fuerza de la necesidad,
alejados de sus familias por forjarles un futuro mejor desde la distancia,
perdidos y desorientados ante un oasis que imaginaron o les hicieron creer,
amedrentados por volver y no poder nunca más cruzar una frontera de luz o lo
que es peor, morir en el intento.
Allí llené la pizarra con nuestro alfabeto y me emocionaba
escuchando pronunciar palabras como árbol o mujer desde una garganta de color.
Donde jugué en el parque infantil con un pequeño de dos años con las manitas
heladas, donde piden información para saber si tienen derecho a sanidad, donde necesitan convalidar sus estudios o permisos de conducir, porque no son ignorantes, donde
William me invitó a sus clases de capoeira, donde intentaba entender otro
lenguaje antes de llamar a la traductora, donde las mujeres magrebíes me
contaban como era un día en sus vidas, donde pedían una caja de leche o donde una
mañana un bebé ciego por un cáncer me enseñó el valor de poder ver el mundo que
nos rodea y comprender que todos tenemos fuerzas, lo único que nos falta es voluntad.
Desde que este Gobierno canceló la ayuda a los jóvenes sin
hijos y tuve que abandonar mi trabajo voluntario allí, me pregunto cada mañana
qué será de ellos. He optado por quedarme más cerca de casa colaborando con una
asociación que como su nombre indica me está dando mucha Vida. Ahora pienso en
aquella frase que un día me dijo mi amiga Pilar Praena: “no llores Amanda
porque te has quedado sin trabajo, a veces nos acomodamos en un curro y
abandonamos sueños que ahora podrás retomar porque tienes tiempo.”
Esta mañana, un grupo de la policía nacional procedió a entrar sin previo aviso en aquel rincón de
paz. Sevilla Acoge ha sido víctima de un control de extranjería ¿qué fácil
verdad? Pero eso no ha salido en los medios de comunicación, solo sabemos hoy
que el rey puede caminar por su habitación o que los corruptos siguen acampando
a sus anchas por las calles de esta sinrazón. Ellos si tienen derecho a vivir
en España y a costa de todos.
Ángela, Esteban, Omar, Manuel, Esther, Marisa, Asma, Marichel
o Maty, no ceséis en vuestra lucha a pesar del cansancio que a veces provoca lo
personal y lo profesional al mismo tiempo. Vosotros tenéis la oportunidad de
hacer un escudo humano delante de la miseria como habéis demostrado hoy.
Vosotros deberíais haber salido en los avances informativos y no esta lacra que
nos inunda las pantallas a diario y que nos desconcierta y nos empuja a la
desolación cada vez más. Sois la voz de
la inmigración, el grito de sus almas, no soltéis sus manos a la deriva de un
océano que ya les salvó una vez la vida...
Carpe Diem
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