“A todas aquellas personas
que piensan que las movilizaciones ciudadanas no sirven para nada, para que sus
mentes aletargadas no transmitan a sus descendientes el conformismo, sino la
lucha en el arduo camino de la vida…”
Todavía hay dudas en la forma en
que se originó la manifestación ciudadana en Isla Cristina. Si, Juani, la
churrera de Barbate, así la llamamos entre amigos. Charo, una sevillana con
segunda residencia en la localidad desde hace años y colegas que cruzamos el
puente a diario o sorteamos heces de perro por el centro, indignados, en
definitiva con lo que nos rodea y que casualmente la vida nos pone en el mismo
camino una tarde cualquiera en cualquier punto de esta castigada España.
Aun recuerdo personas con
acentos diferentes preguntando dónde podían dirigirse a protestar o firmar mientras
cansados andábamos más de kilómetro y medio desde casa para ir a darnos un baño
a las cuatro de la tarde. Confluían en el acceso cortado grupos de turistas y
paisanos a cada minuto, eran días de calor y debatiendo con un cabreo
monumental, bordeábamos el fango a la vez que los cangrejos se escondían a nuestro
paso hasta llegar a zona “segura”.
Algunas caídas por la arena
resbaladiza, tropezones en las tablas si te empeñabas en ir por la parte de
arriba, calor si transitabas por el carril bici frente al hotel hasta llegar a
una entrada más firme, en fin…anécdotas diarias en las que no hubo más remedio
que hacernos colegas, y es que a veces se coincide con las mismas personas
según la hora en que vayas a disfrutar del mar. Y para qué hablar de aquellos
que llegaban en sus coches y tenían que pagar, se volvían a casa. Y no por el
dinero, sino por la cantidad de cosas que tenían que portar hasta la orilla, carros
de bebe, sombrillas, bolsos con merienda…un desastre si no vives a pie de playa
y te dan este tipo de miserables alternativas.
La tarde que supe que se
debería hacer algo fue cuando coincidí en el acceso cortado de nuevo con una
señora mayor operada de la pierna. Era el único acceso que su extremidad le
permitía recorrer, imposible caminar por 600 metros de tablas sin alinear con baches y huecos donde te cabe el pie y otros tantos por la arena seca. Se mojó los tobillos en la marea baja
junto al puente, se remojó los brazos y se fue emocionada de la impotencia de
perder lo que pensaba iban a ser unas cómodas vacaciones. Dolía, podía ser mi
madre, mi abuela, cualquiera de nosotros y eso que no somos de aquí decíamos;
pero la solidaridad y la indignación no entiende de trámites administrativos.
Llamé a Juani y ya lo tenía
todo organizado. Luego suspendieron el pleno municipal en cuyos aledaños nos
hicimos más fuertes y recibimos el siguiente permiso de congregación para el 9
de agosto.
La bandera de Isla Cristina iba de punta a punta de la calle, solo dejaba libre el acerado repleto de cámaras, móviles, y mirones cobardes, curiosos, turistas o ajenos a lo que acontecía en la localidad. Mucha gente faltó, si, como en todas partes. Personas que trabajan para el gobierno local, personas que tienen a familiares bajo siglas políticas, personas
“ avisadas” desde lo alto que si se pronunciaban no cobraban, personas, personas…eso digo yo…¿no son personas? Balcones repletos, ventanas, miradas cómplices entre cortinas, no era el viento el que las movía, eran las ansias de salir a la calle y unirse, comprados por un puesto, por un favor, clientelismo político, pérdida de libertad individual.
Sonaban gritos de
desesperación, voces que estremecían bajo las letras del himno del carnaval de Isla, aquel que me contaban que era el
pasodoble de una comparsa “cada mañana
temprano…” porque los isleños son andaluces, no solo están para las
fiestas; he visto durante mi estancia aquí, como llegaban los marineros a medio
día como zombis por la calle del Carmen de navegar toda la noche por “ el pan pa mi sijos”… Y es que pienso que está bien eso de pedir fuerzas al
Supremo y salud, pero hay que pedir derechos a los de carne y hueso por mucha
fe que se tenga, a los que se ha votado en democracia para que te permitan que
tus descendientes tengan una vida digna. Eso o emigrar.
“Ni temo al viento ni al
temporal” . Hay mucho temor en todos los pueblos de nuestra tierra. Nos
da pavor decir lo que pensamos y sobre todo nos amedrenta hacer lo que decimos
que es más difícil todavía. ¿Hasta cuándo? En nosotros está la clave, en la
gente de la calle, basta ya de echar la culpa a los no culpables, ¿qué es la
culpa sino un término que exculpa al verdadero culpable?…la culpa no existe, lo
que existen son las soluciones, la gente está descontenta, los políticos en los
que se confió deben coger las riendas de los asuntos locales. No se puede salir
en los medios de comunicación echando tierra a otros, lo fácil es decir “yo no
fui”, eso es sacar el libro del santo reproche como me dijo el primer jefe que
tuve. Cuando algo sale mal, hay que afrontarlo y buscarle una solución, no
buscar el origen del fracaso y crear mal ambiente en la empresa, en este caso
entre los vecinos isleños.
Me reafirmo en que todo esto,
aunque digan que volverán a salir los mismos, que los votos están comprados,
que movilizarse no sirvió de nada, que no se ha conseguido ni un punto de
tantos que se denunciaron, creo, sinceramente que ha valido la pena. Me quedo con los puños en alto pidiendo
dignidad y trabajo, con las manos agrietadas de aquellos ancianos que se nos
unieron llegando a la Gran Vía aplaudiendo el acto, me quedo con el bebé
agitando la bandera, símbolo del futuro del pueblo, me quedo con las gargantas
desgarradas de corazón, con las almas sonrientes de los marineros a los que al
pasar les rendimos un minuto de silencio, me quedo con el rostro de los que se
escondían tras un teléfono para grabar lo que no fueron capaces de vivir, me
quedo con aquellos pobres de espíritu que prefirieron un mojito a orillas de la
playa en vez de luchar por un mar limpio y una ciudad próspera, me quedo con la
señora en silla de ruedas que llevaba su cuidador, me quedo con el orgullo en
los ojos de la gente a los que no les llegó la noticia entrando en Las
Palmeras, me quedo con que estos ejemplares ya tenían un medicamento inyectado
en sus troncos a expensas de que la congregación pasaba por allí, me quedo con
esa explanada limpia y la fuente emergiendo como hacía tiempo, me quedo con los
amigos que he conocido, con el amor que me ha proporcionado Isla, con la gente
que no pudo ir pero sus mejores deseos estaban con nosotros, isleños currantes
en la temporada estival de lunes a domingo, me quedo con el valor de las
pequeñas cosas, con el agrado de la gente, con la valentía de la mayoría, me
quedo con la miradas cómplices de todos los que íbamos cantando sin sabernos
las letras, porque como decía, muchos no hemos nacido aquí, pero ya que pasábamos
y nos dan la oportunidad de quedarnos, apoyamos al resto.
Y
es que navegamos todos en el mismo barco a la deriva, sin rumbo, capitaneados
por ladrones de tesoros, por piratas y mercenarios que a saber dónde van a
anclar el navío; yo prefiero saltar y llegar a nado a puerto, seguro que encuentro
a alguien como ocurrió aquel día a las cuatro de la tarde en el acceso al
puente que me deja compartir su tabla de madera y juntos pataleamos hasta la
orilla, y si no, preferiremos morir ahogados pero luchando, antes que
compartiendo monedas de oro robadas a nuestra gente…
Isla Cristina 15 de Agosto
2014
Carpe Diem
No hay comentarios:
Publicar un comentario