“A las veinte mujeres valientes que una tarde decidieron que ya había
llegado la hora de quererse un poco más”
Algo fallaba. Lo notaba en sus caras a veces pálidas, tristes,
cansadas, a veces sonrientes, decididas, con energía. Montañas rusas, que suben
y bajan, ánimo y desánimo, un día bien, otro mal. Así son ellas, así somos
nosotras en Carpe Diem. Al fin y al cabo, sencillas, una imperfección perfecta
de la belleza humana, un símil de Eva en el Paraíso cuando acaricio el play y
nos contoneamos delante del espejo, una fusión de colores, de sensaciones que
solo las mujeres somos capaces de provocar. Pero seguía faltando algo: debíamos
confiar más en nosotras mismas.
Hubo un grito sordo desesperado de ayuda y acudieron a rescatarla, a
apoyarla, a creer en ella, a confiar sin conocer, a dejarse llevar sin saber
hacia dónde se dirigían, a caminar de la mano sin soltarse pasara lo que
pasara, un equipo, una ilusión, un reto, una línea de meta. Conseguir crear un
hábito saludable en veintiún días, quinientas cuatro horas conectadas entre sí.
Conocidas, alumnas y finalmente Amigas.
Había que plantarse seriamente y creer en que se podía, había que ser
realista y saber que alguna caería en el camino, que en ese momento sería
cuando más fuerza habría que sacar, tanto para nosotras como para socorrer la
caída de alguna compañera. Doble esfuerzo, más lo que les esperaba en casa:
hijos, marido, rutina, organización, normas preestablecidas y en ningún lado
escritas que ellas se empeñan en cargarse solas. Peso que añaden a sus
espaldas, trabajo que acumulan en sus mentes saturadas de tensión y que les
recorre hasta las cervicales, mareos, vértigos, pérdida de equilibrio, fin del
sentido de sus vidas porque dejaron de ser el timonel de las mismas. Había un
duro trabajo que hacer, pero ella no las abandonaría porque sencillamente,
también las necesitaba.
Fotografías iban y venían, cada día más unidas, cada vez más fuertes,
cada paso un aplauso, cada objetivo alcanzado una victoria, cada aliento, una
sonrisa. Porque aprendimos que la única batalla que se perdía era la que se
abandonaba y nosotras no nacimos para eso. La química no solo existe en el
amor, también entre las personas. Y esa fuerza que llaman química, o física o
como quieran ponerle, la sentimos entre todas, y sin quererlo ni beberlo nos
abrazamos en un sinfín de suspiros compartidos. Y creamos fuego, viento, agua y
tierra, porque cuando las mujeres se unen los cuatro elementos naturales
empujan sus deseos hasta hacerlos realidad.
A veces ella miraba la luna y las recodaba, otras desde el hospital
nos mandaban buenas noticias, algunas miraban atardeceres en playas vírgenes enarbolando
pañuelos de colores y nos hacían partícipes
de los últimos rayos de sol, también sus familias nos enviaban ánimos y
nos paraban por la calle para interesarse incrédulos ante tanta expectación. Y
fuimos cambiando por fuera pero lo más importante es que crecimos por dentro.
Llegamos al final, aun acariciándonos las puntas de los dedos para
despegarnos para siempre en el mejor de los vuelos, el de la libertad de ser
una misma, de saber que no podemos volver a abandonarnos, que nuestra vida es
solo una, que pese a las obligaciones que la sociedad capitalista nos impuso,
que pese a que nuestra cultura se empeña en ponernos obstáculos, que pese a
haber seguido los pasos de aquellos que nos precedieron, todavía estamos a
tiempo de cambiar, cambiar nuestro pequeño mundo.
Aun con el sabor a resaca de felicidad en mis labios y después de dos
maravillosas convivencias junto a ellas
me atrevo abiertamente a decir que todo en la vida tiene final, que todo pasa,
pero yo orgullosa de mis amapolas puedo decir que ya lo he vivido y eso no me
lo quita nadie.
FELICIDADES A TODAS…Sin Mujeres no hay Vida…
Carpe Diem 17/06/15
Carpe Diem 17/06/15
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